Imagina que
en el patio de tu casa, casualmente, mientras cavas la tierra para plantar un árbol o hacer un
jardín te encuentras con algo inesperado bajo la superficie.
Te
encuentras con un importante hallazgo sin pretenderlo.
Supongamos
que a medio metro del suelo de tu casa, hay unas extrañas vasijas que nunca habías
visto. La tierra está húmeda y las vasijas se han mezclado con pequeñas rocas y
raíces.
Las
vasijas, imaginariamente, son de un material muy resistente y al hacer una
pequeña limpieza descubres que tienen una serie de grabados y dibujos
indescifrables.
Te has
interesado mucho, lo comentas con tu familia y con otras personas cercanas,
sacas unas fotografías y el jardín o el árbol, que era lo prioritario, ha quedado
en un segundo plano, porque sin duda este es un acontecimiento importante.
Seguramente
alguien de tu familia te ayudará a cavar más profundamente la tierra y tendrás
especial cuidado en no dañar nada de lo que aparentemente es un gran y
enigmático descubrimiento.
No podría
ser de otro modo.
Las vasijas
son muy interesantes y probablemente haya otros objetos cercanos.
El
descubrimiento te llena de entusiasmo.
Lo más
probable es que todos hagan conjeturas acerca del hallazgo y que se den todo
tipo de respuestas.
Esta
construcción es un nuevo conjunto habitacional y es importante saber que es lo
que había allí antes de que se hicieran los trabajos de edificación.
Un pequeño
incidente doméstico provocará una secuencia de hipótesis e investigaciones.
Es el inicio
de un estudio de arqueología
Este es el
trabajo que realizan los arqueólogos. Algo nada fácil.
Generalmente
asociamos el trabajo de un arqueólogo, a un conjunto de personas que exploran
sitios algo inaccesibles y que a través de instrumentos, establecen datas y
características de determinadas culturas.
Nuestro
suelo, el piso en que caminamos a diario, tiene ocultos secretos milenarios.
Bajo las
capas de la tierra está la historia humana que aún no logramos reconstruir, que
tiene tantos eslabones inconclusos.
Bajo las
capas de la tierra han sido sepultadas ciudades y civilizaciones, historias
tesoros y misterios, tecnologías y maquinarias y cientos de miles de objetos,
testigos de lo que ha sido nuestro desarrollo humano desde hace millones de
años.
Nosotros no
hemos logrado dimensionar nuestra historia como raza.
El hombre
no apareció sobre la superficie de la tierra hace 5.000 o 7.000 años. El hombre
con características diferentes ya pobló y caminó en esta planeta hace muchos
millones de años.
Lo que conocemos
como el período de las cavernas es el reinicio de una era apenas reciente, pero
ya las civilizaciones y las sociedades humanas se habían sucedido no una sino
muchísimas veces.
Algo había
de razón cuando se acuño el concepto de prehistoria. Es todo lo que no abarca
la historia que se construyó a partir de lo más o menos conocido.
¿Y antes de
eso qué?
No tiene
sentido que el planeta tenga millones de años y que durante todo ese tiempo
desconocido, la tierra sólo fuera un gran jardín deshabitado.
Hubo seres
y civilizaciones antes que el neolítico.
Y bajo las
capas de la tierra, en algún lugar del planeta, aún debe haber indicios de
aquello.
¿Cómo es
que conocemos tan poco de nuestro planeta misterioso de ayer?
¿Es posible
que sólo haya tierra y roca bajo nuestros pies?
Ciertamente
que hay una historia oculta bajo las ciudades por donde caminamos.
Del mismo
modo que la hierba, el sol y la lluvia van consumiendo los lugares deshabitados
en nuestros días, así de forma similar
ha ocurrido con las civilizaciones que hubo en la tierra y que por diferentes
razones desaparecieron.
Eso es otra
historia.
En nuestros
días, la tecnología permite remover extensas profundidades de tierra por una
razón u otra. Se ha ido extendiendo la ciudad y lo que ayer eran lugares
inaccesibles, hoy no lo son.
Es algo
raro que escasamente se haga uno que otro descubrimiento de fósiles o de
artesanías y no se dejen encontrar señales de ciudades, fortalezas vehículos o
naves. Es raro.
Pero tiene
una explicación simple.
La barbarie
del hombre es la misma.
Las guerras
lo destruyen todo.
Las
invasiones lo destruyen todo.
Los
revanchismos lo destruyen todo.
El egoísmo
lo destruye todo.
Muchos
tesoros de diferentes culturas de la humanidad han sido saqueados y destruidos.
Por eso
tenemos tan poco.
Apenas unas
pirámides, unas enigmáticas rocas, unas cuantas esculturas y monumentos,
algunas ciudades subterráneas, rarísimos templos, algunos geoglifos en los
desiertos y un montón de pequeños objetos que aún son un misterio.
Muy poco
para millones de años y existencias.
El hombre
como raza humana no progresa mucho en esto.
Hace apenas
unos años, en el 2003 se destruyó y se saqueó el Museo de Bagdad que guardaba
documentos y registros de los primeros albores de esta era. Los invasores, se
supone, son un pueblo que buscaba la paz y la preservación.
Un crimen
para el patrimonio universal y que no tuvo la cobertura de los medios.
Pero lo
peor de todo esto y lo que realmente nos impide encontrar los eslabones perdidos, es el poder del dinero.
En pequeña
y gran escala.
En nuestro
país existen los contratistas.
Se trata de
personas que ofrecen servicios para la construcción de grandes obras: puentes,
edificios, calles, torres, muelles, complejos turísticos y comerciales, es decir
toda la gama de intervención en los espacios públicos y privados.
El inicio
de una obra siempre se inicia con el estudio de los suelos y con la necesidad
de realizar extensas y profundas excavaciones.
Este
trabajo es el que está en mayor contacto con las primeras capas de la tierra.
Es muy
curioso que en contadas ocasiones se de cuenta de que una obra tuvo que ser
interrumpida porque el terreno presentó algunos inconvenientes.
Son
contadas ocasiones en que se ha informado que hubo un hallazgo inesperado al
cavar a cierta profundidad.
No es
rentable para las empresas ni para los contratistas detener una faena. No es
rentable.
Hay mucha
tecnología, mucha maquinaria en movimiento, mucha mano de obra contratada,
mucha inversión. Hablamos de grandes cantidades de dinero que entran en
movimiento.
Están los
contratos, los servicios, los formularios, los créditos, los plazos, todo un
conjunto de acciones legislativas y comerciales.
Detener una
faena no es algo simple. Es un impasse.
El mayor
desfase lo sufren los contratistas, porque su negocio consiste en cumplir metas
y plazos. Su negocio es la eficiencia y
la eficacia.
Detener una
faena por un incidente al remover el terreno es el peor negocio.
Es
comprensible entonces optar por la vía menos complicada, es comprensible que el
jefe de la faena cuando alguno de sus capataces la haga una observación sobre
que “algo muy extraño” apareció al remover el terreno, simplemente le de las
indicaciones para que aquello sea ignorado.
Así de
simple es como esto ocurre.
No es un
buen negocio encontrar vestigios de lo que fuere bajo la superficie, es una
pérdida de tiempo y sobre todo es una gran perdida de dinero.
Es más
fácil ignorarlo.
Es más
fácil y simple reducir todo a escombros.
Una flota
de camiones enviará aquellos vestigios a algún lugar fuera de la ciudad y no
quedará ninguna evidencia sobre lo que posiblemente cambiaría el concepto de la
historia.
Nuestra
historia humana es un paradigma.
Y nosotros
transitamos con ello por la vida.
¿Cuántas
evidencias sobre otras vidas y otras civilizaciones han desaparecido?
¿Cuántas
historias desconocidas esconden nuestras ciudades?
Al menos ya
comprenderás porque sabemos tan poco de nosotros mismos.
Si una
empresa contratista descubre algo que nos conectaría con el pasado y daría luz sobre nuestros orígenes, ya sabes lo que
ocurrirá. No nos enteraríamos jamás.
No tenemos
mucha opción en nuestros suelos.
El dinero y
el progreso no tienen muchos puntos de encuentros con el pasado más remoto.
Lamentablemente
esto es así.
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