9/5/14

EN BUSCA DEL ESLABÓN PERDIDO

  
Imagina que en el patio de tu casa, casualmente, mientras cavas  la tierra para plantar un árbol o hacer un jardín te encuentras con algo inesperado bajo la superficie.
Te encuentras con un importante hallazgo sin pretenderlo.
Supongamos que a medio metro del suelo de tu casa,  hay unas extrañas vasijas que nunca habías visto. La tierra está húmeda y las vasijas se han mezclado con pequeñas rocas y raíces.
Las vasijas, imaginariamente, son de un material muy resistente y al hacer una pequeña limpieza descubres que tienen una serie de grabados y dibujos indescifrables.
Te has interesado mucho, lo comentas con tu familia y con otras personas cercanas, sacas unas fotografías y el jardín o el árbol, que era lo prioritario, ha quedado en un segundo plano, porque sin duda este es un acontecimiento importante.
Seguramente alguien de tu familia te ayudará a cavar más profundamente la tierra y tendrás especial cuidado en no dañar nada de lo que aparentemente es un gran y enigmático descubrimiento.
No podría ser de otro modo.
Las vasijas son muy interesantes y probablemente haya otros objetos cercanos.
El descubrimiento te llena de entusiasmo.
Lo más probable es que todos hagan conjeturas acerca del hallazgo y que se den todo tipo de respuestas.
Esta construcción es un nuevo conjunto habitacional y es importante saber que es lo que había allí antes de que se hicieran los trabajos de edificación.
Un pequeño incidente doméstico provocará una secuencia de hipótesis e investigaciones.
Es el inicio de un estudio de arqueología
Este es el trabajo que realizan los arqueólogos. Algo nada fácil.
Generalmente asociamos el trabajo de un arqueólogo, a un conjunto de personas que exploran sitios algo inaccesibles y que a través de instrumentos, establecen datas y características de determinadas culturas.
Nuestro suelo, el piso en que caminamos a diario, tiene ocultos secretos milenarios.
Bajo las capas de la tierra está la historia humana que aún no logramos reconstruir, que tiene tantos eslabones inconclusos.
Bajo las capas de la tierra han sido sepultadas ciudades y civilizaciones, historias tesoros y misterios, tecnologías y maquinarias y cientos de miles de objetos, testigos de lo que ha sido nuestro desarrollo humano desde hace millones de años.
Nosotros no hemos logrado dimensionar nuestra historia como raza.
El hombre no apareció sobre la superficie de la tierra hace 5.000 o 7.000 años. El hombre con características diferentes ya pobló y caminó en esta planeta hace muchos millones de años.
Lo que conocemos como el período de las cavernas es el reinicio de una era apenas reciente, pero ya las civilizaciones y las sociedades humanas se habían sucedido no una sino muchísimas veces.
Algo había de razón cuando se acuño el concepto de prehistoria. Es todo lo que no abarca la historia que se construyó a partir de lo más o menos conocido.
¿Y antes de eso qué?
No tiene sentido que el planeta tenga millones de años y que durante todo ese tiempo desconocido, la tierra sólo fuera un gran jardín deshabitado.
Hubo seres y civilizaciones antes que el neolítico.
Y bajo las capas de la tierra, en algún lugar del planeta, aún debe haber indicios de aquello.
¿Cómo es que conocemos tan poco de nuestro planeta misterioso de ayer?
¿Es posible que sólo haya tierra y roca bajo nuestros pies?
Ciertamente que hay una historia oculta bajo las ciudades por donde caminamos.
Del mismo modo que la hierba, el sol y la lluvia van consumiendo los lugares deshabitados en nuestros días, así de forma  similar ha ocurrido con las civilizaciones que hubo en la tierra y que por diferentes razones desaparecieron.
Eso es otra historia.
En nuestros días, la tecnología permite remover extensas profundidades de tierra por una razón u otra. Se ha ido extendiendo la ciudad y lo que ayer eran lugares inaccesibles, hoy no lo son.
Es algo raro que escasamente se haga uno que otro descubrimiento de fósiles o de artesanías y no se dejen encontrar señales de ciudades, fortalezas vehículos o naves. Es raro.
Pero tiene una explicación simple.
La barbarie del hombre es la misma.
Las guerras lo destruyen todo.  
Las invasiones lo destruyen todo.
Los revanchismos lo destruyen todo.
El egoísmo lo destruye todo.
Muchos tesoros de diferentes culturas de la humanidad han sido saqueados y destruidos.
Por eso tenemos tan poco.
Apenas unas pirámides, unas enigmáticas rocas, unas cuantas esculturas y monumentos, algunas ciudades subterráneas, rarísimos templos, algunos geoglifos en los desiertos y un montón de pequeños objetos que aún son un misterio.
Muy poco para millones de años y existencias.
El hombre como raza humana no progresa mucho en esto.
Hace apenas unos años, en el 2003 se destruyó y se saqueó el Museo de Bagdad que guardaba documentos y registros de los primeros albores de esta era. Los invasores, se supone, son un pueblo que buscaba la paz y la preservación.
Un crimen para el patrimonio universal y que no tuvo la cobertura de los medios.
Pero lo peor de todo esto y lo que realmente nos impide encontrar los eslabones  perdidos, es el poder del dinero.
En pequeña y gran escala.
En nuestro país existen los contratistas.
Se trata de personas que ofrecen servicios para la construcción de grandes obras: puentes, edificios, calles, torres, muelles, complejos turísticos y comerciales, es decir toda la gama de intervención en los espacios públicos y privados.
El inicio de una obra siempre se inicia con el estudio de los suelos y con la necesidad de realizar extensas y profundas excavaciones.
Este trabajo es el que está en mayor contacto con las primeras capas de la tierra.
Es muy curioso que en contadas ocasiones se de cuenta de que una obra tuvo que ser interrumpida porque el terreno presentó algunos inconvenientes.
Son contadas ocasiones en que se ha informado que hubo un hallazgo inesperado al cavar a cierta profundidad.
No es rentable para las empresas ni para los contratistas detener una faena. No es rentable.
Hay mucha tecnología, mucha maquinaria en movimiento, mucha mano de obra contratada, mucha inversión. Hablamos de grandes cantidades de dinero que entran en movimiento.
Están los contratos, los servicios, los formularios, los créditos, los plazos, todo un conjunto de acciones legislativas y comerciales.
Detener una faena no es algo simple. Es un impasse.
El mayor desfase lo sufren los contratistas, porque su negocio consiste en cumplir metas y  plazos. Su negocio es la eficiencia y la eficacia.
Detener una faena por un incidente al remover el terreno es el peor negocio.
Es comprensible entonces optar por la vía menos complicada, es comprensible que el jefe de la faena cuando alguno de sus capataces la haga una observación sobre que “algo muy extraño” apareció al remover el terreno, simplemente le de las indicaciones para que aquello sea ignorado.
Así de simple es como esto ocurre.
No es un buen negocio encontrar vestigios de lo que fuere bajo la superficie, es una pérdida de tiempo y sobre todo es una gran perdida de dinero.
Es más fácil ignorarlo.
Es más fácil y simple reducir todo a escombros.
Una flota de camiones enviará aquellos vestigios a algún lugar fuera de la ciudad y no quedará ninguna evidencia sobre lo que posiblemente cambiaría el concepto de la historia.
Nuestra historia humana es un paradigma.
Y nosotros transitamos con ello por la vida.
¿Cuántas evidencias sobre otras vidas y otras civilizaciones han desaparecido?
¿Cuántas historias desconocidas esconden nuestras ciudades?
Al menos ya comprenderás porque sabemos tan poco de nosotros mismos.
Si una empresa contratista descubre algo que nos conectaría con el pasado y daría  luz sobre nuestros orígenes, ya sabes lo que ocurrirá. No nos enteraríamos jamás.
No tenemos mucha opción en nuestros suelos.
El dinero y el progreso no tienen muchos puntos de encuentros con el pasado más remoto.

Lamentablemente esto es así.

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